Cochabamba y Santa Cruz, dos marcas muy especiales

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Septiembre es un mes particular. Comienza la época de calor y la primavera, todo reverdece, y el 14 de septiembre, Cochabamba recuerda su fecha cívica, como lo hace Santa Cruz el día 24. A pedido de la gente de Libre Empresa, que gentilmente me permite colaborar con esta columna, esta vez he querido compartir lo que las marcas Cochabamba y Santa Cruz significan para un paceño que ha vivido en ambas ciudades.

Comenzaré con la Ciudad del Valle. Hace pocos meses, una columnista de este mismo medio tomó un interesantísimo pulso de lo que la marca Cochabamba significaba en el resto del país. Lo que halló no dejó de parecerme anecdótico: relacionamos a Cocha con el buen comer. Así es, a la mención del nombre de la ciudad uno piensa con el estómago gracias a una fama bien ganada por los cochabambinos, que son percibidos como sibaritas a la hora de alimentarse. Decir “vamos a Cochabamba” es decir “vamos a comer bien”, sin mencionar la relación mental con el clima benigno que hace que los bolivianos hallemos nuestro equilibrio en esta ciudad: ni el calor agobiante de Santa Cruz ni el frío seco de La Paz. Por algo es que la capital valluna está a medio camino y constituye el núcleo de lo que llamamos el eje central. El icono principal de la ciudad ha ido variando con los años; quienes tienen más de 40 recordarán que antes la ciudad se identificaba con el monumento de las Heroínas de la Coronilla. Hoy y desde hace casi 20 años, lo hace con el Cristo de la Concordia, que se ha convertido en la carta de presentación de la ciudad, hoy superando el millón de habitantes.

Los cochabambinos son percibidos, en lo positivo, como emprendedores y progresistas. Hay que recordar que un porcentaje importante de la migración de nuestro país ha salido de Cochabamba y de sus provincias y el mito dice que te encontrarás un cochabambino hasta en el último rincón del mundo, algo que habla acerca de las ansias del cochabambino de recorrer el mundo y no quedarse en sus pagos. Algo he viajado y puedo dar fe de esta afirmación, en la medida de lo posible. En lo negativo, dicen que el cochala es envidioso y conflictivo. Personalmente, nunca tuve el “placer” de comprobar esta otra afirmación en gran medida: creo que son males del boliviano por defecto.

Santa Cruz, por otro lado, es la gran marca boliviana en construcción. Las características particulares de la ciudad y sus habitantes hacen que su única constante sea el cambio. “Es ley del cruceño la hospitalidad”, dice su lema y es verdad. uno relaciona su nombre con pasarla bien. El camba es hedonista, vive el momento y lo hace intensamente: es muy consciente del significado de su tierra en la Bolivia de hoy. Siempre se referirá a la región como «la locomotora económica de Bolivia» y sacará pecho por todo lo que Santa Cruz ha logrado de manera autónoma, que no es poco: hay que recordar que la carretera que la une con Cochabamba –y el resto del país– tiene poco más de medio siglo. Lo positivo que destaca siempre del cruceño es lo hospitalario, lo alegre y lo positivo de su pensamiento; hay que añadirle además lo emprendedor que resulta. A lo negativo habría que ponerle cierto conservadurismo que no se lleva muy bien con el ritmo de crecimiento que tiene la ciudad y con la dinámica de los tiempos que corren. Mención aparte para la belleza de la mujer oriental y para el tanque de ideas en que se ha convertido Santa Cruz; hay una vanguardia artística en el oriente que poco a poco se va expandiendo por el país.

He tenido el privilegio de vivir en ambas ciudades y de llevarme conmigo algo de lo mejor y de lo peor de las dos. Sólo puedo decir que ambas han dejado marca en mí, porque cada una tiene su forma de ser, particular y notoria, y creo que eso es parte de lo que nos hace grandes como país.

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