Popularidad vs. Actitud: hoy volvemos al cole

20130603-184434.jpg

¿Se acuerda de la chica más popular del curso? Vamos, claro que sí. Su palabra era ley. Si ella traía puesto algo, seguro que de inmediato se ponía de moda, era lo más in. Y si al contrario, era ella la que sentenciaba que estaba out, no había más vuelta que dar, lo estaba. Porque ella lo dijo. Demás está decir que era muy bella o por lo menos, se producía para estar siempre atractiva. Seguro era, además, intocable para los profesores, envidia del resto de las chicas, foco de atención de los varones y tenía una troupe, un grupo afín que cuando ella decía “vayan”, las otras tenían que estar volviendo.

Ella tenía una rival, seguramente. Tal vez no en el mismo curso, una promoción más abajo o más arriba. Una que le peleaba el título de la más popular del cole. Una que tenía su propio colectivo de seguidores al cual inquietar, grupo que, por esa ruleta inadivinable que es la percepción humana, creía que era ella y no la otra la diosa absoluta del establecimiento. Ella era la mosca en la oreja, la piedra en el zapato de la primera, y donde hubiera oportunidad de una eclipsar a la otra, seguro que los chicos del colegio tenían entretenimiento asegurado.

También estaba, claro, la que se desmarcaba de las primeras dos. No las envidiaba, simplemente a ella le daba lo mismo, porque vivía en su propio mundo. No era la mejor del curso, y no era la que andaba tirada en todo. Pero había algo en ella que nos llamaba la atención: tenía una belleza de esas que no deslumbran, pero que intrigan. No era la que elegiríamos ganadora en un concurso de belleza, pero era la que nos quedaríamos mirando y buscando si la viéramos en un bar o en una disco.

Pero seguramente recuerda también a la rebelde sin causa del curso. Para ser menos eufemísticos, la hippie. La chica cuya belleza desconocíamos porque nunca nos había dado el honor de mostrarse. La que tenía los libros y la música más rara, la que generalmente se sentaba al fondo, a veces llevaba una polera del Che Guevara y soñaba con iniciar la revolución. Unos cuantos la escuchaban y andaban con ella, pocos, pero fieles.

Bien, ahí tiene usted un pequeño ejercicio de personalización para plantearse la siguiente pregunta: ¿Quién de estas chicas mejor representa a su marca? Estos cuatro modelos son, si no lo ha adivinado todavía, arquetipos de las posiciones que puede ocupar su marca en la mente. Los señores Ries & Trout los definieron hace 30 años en su famoso Posicionamiento (si no sabe de lo que estoy hablando, deje de leer en este momento y busque ese libro por favor, o renuncie a su cargo de Gerente de Marca).

No responda tan rápido, tal vez le ayude recordar cómo era usted mismo en colegio: la naturaleza del ser humano hace que nos proyectemos tal cual somos en cada cosa que hacemos. Es importante pensar en la marca como en una persona, porque esto nos ayuda a darle forma a nuestro activo intangible de más alto valor. No se preocupe si su marca no puede ser la chica popular del curso: no todas pueden serlo, porque es una posición única. Si usted está dispuesto a pelear esa posición, sepa los riesgos que conlleva ese reto.

Como con las personas, lo importante es saber encontrar su propio lugar en el mundo siendo fiel a uno mismo. De otra forma, el mercado, su audiencia o su grupo de seguidores, simplemente cambiarán de canal… o de marca.

¡Era de mentiritas!

header

Las impresoras son enviadas del infierno para hacer nuestra vida miserable. ¿Lo sabemos, verdad? Todos hemos querido imprimir ese archivo de 20 páginas a medianoche, cuando la tinta se acaba en la página dos o el cabezal comienza a hacer ruidos que parecen llamados al celo de los robots. Por eso, cuando vi ese anuncio en los clasificados, mis ojos se abrieron como faros: la recarga de tinta para mi impresora, a MITAD del precio normal. Allí me fui. Pero qué sorpresa el llegar a la tienda, cuando el dependiente me dijo «ese precio lo pusimos sólo para la publicidad».

¿Sólo para la publicidad? ¿Es una broma? Es decir, esta persona daba por sentado que la publicidad debía cumplir como llamado, pero no como testimonio de veracidad. Bah, de acuerdo, era el dependiente de un oscuro local de importación de electrónicos, qué más da.

Pero, ¿qué tal esa telefónica que últimamente prometía regalar «una tablet», usando la foto de un iPad en su aviso? ¿Habrá regalado el iPad 2 o el iPad 3? ¿Se habrá escudado en la promesa verbal para regalar una tableta de chocolate solamente? Más directamente, el ganador de tal promoción, ¿habrá quedado contento? ¿Y qué tal los que prometen regalar –sí, re-ga-lar – cruceros al Caribe, sin avisarte que el pasaje hasta Miami para tomar el barco se lo tiene que comprar uno, trámite de visa americana no incluido?

Hace poco, una marca de bebidas prometía regalar un «grandioso y fantástico» iPod Shuffle (el iPod Shuffle es un poco más pequeño que un dedo pulgar). Oh, y algo que usted va ubicar inmediatamente: la promesa con asterisco al final*. Esa que les sirve a las marcas para decir «mira, es así, pero no es tan así, ¿sabes?» un poco como este dependiente que al final se quedó sin venderme nada. Y parto de aquí: no le compré nada a esa persona que me estaba mintiendo, y ese es el fondo del asunto.

Si vemos a las marcas como a personas, habrá muchas en las que no creamos, y unas pocas que, a pulso, se hayan ganado nuestra confianza. Estamos hablando de algo que no entregamos todos los días, de un valor con el que somos altamente selectivos, y sabemos que somos desconfiados por naturaleza.

«La verdad, ese bien tan preciado». La frase es justa, dicen que la verdad siempre ha tenido un precio. Y al ser algo de una consideración tan subjetiva, ese precio es siempre variable e indefinido. Muchos dicen que hay profesiones peleadas con la verdad. ¿Recuerdan a Jim Carrey en «Mentiroso, mentiroso»? La comedia caricaturizaba a un exitoso (y tramposo) abogado que, debido a un designio sobrenatural, durante 24 horas no podía mentir, lo cual casi hace que pierda su empleo y a su familia. El protagonista descubría eventualmente el valor de la verdad, al darse cuenta de cómo rompía el corazón de su hijo cada vez que le mentía.

Quédese usted con esa lección: no se le ocurra mentir a nombre de su marca. Imagínese lo difícil que es, para una persona, ganar la confianza de otra. Si es que esta se pierde, imagine lo terriblemente difícil que es recuperarla. Y piense que su marca no puede pedirle a cada consumidor tomarse un café para dar explicaciones. Hoy en día, cuando usted está de ida, el consumidor ha vuelto dos veces: si su marca de chocolate está depredando el bosque, él se enteró en Facebook. Si su marca deportiva explota niños, el twitter se lo avisó. Así que acérquese y háblele, pero no se le ocurra mentirle. Y cumpla su promesa, no vaya a ser que le rompa el corazón.

*: Sí, asteriscos como este. Si cree que lo del corazón es una exageración, espere la siguiente publicación de esta columna.

Cómo conquistar chicas (nunca le diga que NO a un panda)

IMG_0461

Eran épocas más simples, la verdad. La fórmula era sencilla: anunciar significaba vender y punto. Los medios masivos eran una referencia obligada: la familia se sentaba junta a ver la tele, la radio nos mantenía al tanto de lo que ocurría al minuto y la prensa nos llegaba cada mañana con lo ocurrido 24 horas antes. En medio de sus programas, canciones, noticias y páginas, unas pocas marcas se disputaban nuestra atención con éxito casi asegurado. Kotler la llamó «etapa de orientación a las ventas», porque lo importante era eso, vender.

Pero como toda familia, la de los medios creció. La TV cambió –sobre todo de tamaño– y tuvo hijos, muchas pantallitas: la computadora, los videojuegos, el teléfono, la tablet. La prensa tuvo tal cantidad de descendientes como públicos posibles: una publicación para hablar de política, otra para hablar de autos, otra para decoración del hogar y así. La radio siempre halló su lugar, pero le salieron a competir el iPod (culpa de los DJs insoportables) y el twitter, que actualiza las noticias casi tan pronto como ella. Cuando nos dimos vuelta a mirar, en lugar de toda la familia reunida alrededor de un medio, había mil marcas reunidas delante de cada miembro de la familia, gritando «¡yo, yo, aquí!». Un señor llamado Herbert Simon (Nobel de Economía 1971) le llamó economía de la atención: las marcas invierten cualquier cantidad de dinero para que les demos bola. Sí, así es: ahora no quieren, de frente, vendernos cosas; eso viene después. Quieren que las escuchemos, que consumamos no pagándoles con plata de buenas a primeras, sino con nuestros sentidos. Y las marcas saben que tenemos muchas cosas qué hacer antes de darles el regalo de nuestros ojos y oídos.

De repente, cada marca se volvió una persona (o un personaje), uniformando su presentación, dándole coherencia a su discurso. A las que no lo hacen no les damos mucha bolilla. ¿Se ha puesto a charlar con alguien que tiene personalidades múltiples? Bueno, por eso. La publicidad era el cartel que uno ponía en su comercio diciendo “Aquí barato”. Ahora, es su estilista, su diseñador de modas, su asesor de imagen. Si quiere ir a una recepción social y causar el mejor impacto, puede ir a una peluquería de 20 pesos o chantarse una tarde de espera donde el Alberto Sam. Usted tiene las opciones y la publicidad es eso también, la libertad de elegir.

¿Su marca todavía LE GRITA A LA GENTE PENSANDO QUE LE VAN A HACER CASO? ¡NO LO HAGA! ¡NO LO HAGA! ¿Vio lo incómodo que es? Bueno, no lo haga. Si usted quiere conquistar a esa chica preciosa que vio en el bar, ¿ENTRA GRITÁNDOLE LO GRANDE QUE ES SU MIEMBRO o le dice algo como “hola, la verdad es que me encantaron tus ojos, quisiera invitarte un trago”? Usted sabe la respuesta: cuenta una historia para tratar de establecer una relación. Bueno, haga lo mismo con sus consumidores. Lo que nos mueve a la acción no son pesados Powerpoints llenos de animaciones. Son algo que todos tenemos: sentimientos.

Ah, ¿lo del panda? Nunca le diga que no a uno. Entre a Google, busque “nunca le digas que NO a un panda” y averigüe por qué, es divertidísimo.