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El lenguaje de las marcas (I)

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– Pásame de inmediato el storyboard según lo revisado en el status. Asegúrate de que estén los key insights y que no se pierda el reason why de la campaña en ninguna de las ejecuciones.
(Silencio)

Hay algo que algunos llaman “la ceguera del conocimiento”. Se produce cuando una persona o una colectividad sabe tanto acerca de un tema que dicho conocimiento comienza a obnubilar su percepción sobre el resto del mundo. Esto es negativo, ya que hace perder ese “cable a tierra” tan necesario para entender que todo, absolutamente todo, se desarrolla de acuerdo a su contexto. Muchas veces esta ceguera hace que el individuo y su grupo comiencen a construir y a manejar un código propio, un lenguaje que se hace comprensible solo a este grupo “selecto” de miembros. El pasaje con el que comienza esta nota es un claro ejemplo: si usted no trabaja en marketing o publicidad es muy probable que no haya entendido nada de esas líneas iniciales. Por el contrario, si trabaja en una de estas áreas, tal vez el mismo párrafo le haya llamado la atención con cierto déja vú.

– Bien, entonces vamos a comenzar a trabajar la campaña de inmediato. Lo más importante es que nos diga el diferencial, qué es aquello que en verdad distingue a su producto de la competencia.
– Desde luego, la calidad de nuestros servicios.
– (Silencio) Bien… calidad, ¿en qué sentido?
– En todo sentido, en todo aspecto.
– (Silencio)

Uno de los vicios más frecuentes, por ejemplo, es abusar de la palabra que algunos tienen como santo grial, “calidad”. Es más frecuente en clientes primerizos, pero no se quita: todos caemos en el vicio de hablar de calidad como si todo lo existente se redujera a una medida bipolar de bueno vs. malo, caro vs. barato, fino vs. ordinario. Importante recordar, entonces, la definición de calidad: “conjunto de propiedades inherentes a una cosa que permite caracterizarla y valorarla con respecto a las restantes de su especie; superioridad o excelencia de algo o de alguien”. La calidad es un estándar que debe definirse antes y así lo deben entender todos los involucrados en el proceso. Si hablamos de zapatos, Converse es una marca de mucha calidad al igual que Louboutin, pero una tiene calidad de casual y juvenil, la otra de elegante y femenina.

– Lo importante es que la marca está posicionada en el mercado.
– De acuerdo pero ¿cómo está posicionada?
– Ah, está bien posicionada. Muy bien posicionada.
– (Silencio)

Vicio tal vez más frecuente: hablar del posicionamiento como una característica absoluta, como si fuera un elemento que se tiene o no se tiene (al igual que la “calidad”). Debemos entender el posicionamiento como una característica descriptiva y no como una cualidad inherente a una marca trabajada. Es decir, lo correcto sería hablar del lugar en particular que se ha granjeado ese nombre. Hay marcas nacionales que están “muy bien” posicionadas, pero es más preciso decir cómo: Cochabamba es la capital gastronómica del país, Paceña es la cerveza representativa de Bolivia. La posición de una marca en la mente requiere de un trabajo descriptivo que va más allá de decir que “está” o “no está”.

Las marcas tienen su propio lenguaje y es uno del cual no se debe ni abusar ni echar en falta. En siguientes entregas analizaremos más de este particular lenguaje.

Aventuras de la marca en el planeta fútbol

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Era fines de 1999 y después de que el Matador Kempes le regalara a The Strongest un campeonato y una temporada inolvidable, decidí que era hora de vestir a la familia con los colores del gualdinegro. Compré para mis hermanas la camiseta oficial del equipo y le regale una a cada una. La noche de Navidad ellas se las pusieron de inmediato. Mi tía se acercó y al verlas exclamó: «¡Wow! ¡TAQUIÑA!» Para mi sorpresa y el disgusto de ellas. Evidentemente, el nombre (en azul) de la marca de cerveza destacaba en medio de la divisa dorado y negro de mi equipo. Me quedé con la anécdota y la recordé alguna vez en una vitrina española de El Corte Inglés, cuando un niño le decía a su madre que quería «una camiseta de Bwin», refiriéndose al auspiciador de la divisa alba del Real Madrid.

Pocos deportes han penetrado tan profundamente en la cultura popular como el fútbol y pocos eventos culturales tienen su fuerza y capacidad de reproducción. Por ello es que el matrimonio entre fútbol y marketing, en todas sus dimensiones, arrancó muy temprano a mediados del siglo pasado, cuando se hizo evidente que este deporte era un vehículo de comunicación adecuado para mensajes de todo tipo. Es curioso ver también que pese al tiempo transcurrido, los aportes teóricos en la materia son aún escasos, a tal grado que aún resultan pocos los cursos, diplomados y maestrías en marketing deportivo. Quienes más han avanzado en la materia son los estadounidenses, que sienten por «sus» deportes (el béisbol, el básket, el fútbol americano y hasta el hockey sobre hielo) lo que nosotros sentimos por el fútbol.

En unas pocas líneas no vamos a abarcar todas las dimensiones del matrimonio entre branding y fútbol, pero intentaremos ordenar un poco las ideas.

 

El fútbol, el espectáculo, como marca. A quienes les gusta sin más, lo van a entender. Yo amo el fútbol y me identifica, pienso que lo mejor que tiene es que se parece a la vida misma (hay un monumental comercial de Coca-Cola sobre ello). El fútbol es una marca en sí y una bastante poderosa, el deporte más gustado en el hemisferio occidental. No le podemos llamar el más popular del mundo, ese sería el voleyball con millones de seguidores en China (¿pero a alguien le importa?). Marcas de productos tan “saludables” como McDonalds e incontables cervezas saben que si se sacan la foto junto a una pelota la gente los va a recordar mejor. El único lugar donde esto no pasa es Nueva Zelanda: los kiwis ven como un sinsentido el que un deporte sea patrocinado por una bebida alcohólica. Algo de razón tienen.

 

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Una selección nacional es una marca. Aquí entramos a terreno pedregoso, a una diferenciación difícil. Debemos recordar que la FIFA, máximo organismo rector del fútbol mundial, reconoce a las asociaciones nacionales de fútbol y a sus clubes como entes PRIVADOS. Sí señor, por mucho que nos reviente el pecho con un gol de los nuestros, esa representación no es estatal, oficial, ni gubernamental y de hecho la FIFA sanciona duramente la injerencia de los gobiernos nacionales en asuntos de sus afiliados. Así es: el fútbol no es la patria. Y pese a ello, es difícil pensar en Brasil sin pensar en fútbol, imaginar a Italia sin la squadra azzurra o incluso a Alemania sin la Mannschaft. De hecho, mucha gente se hace fan de una selección en particular cuando llegan los mundiales, por mucho que ese país esté al otro lado del mundo y uno no sepa ni qué idioma hablan. Sí, una selección es portavoz de un país lo quiera o no, y muchas veces jala las preferencias de mucha gente que simpatiza ya no con el país, sino con el juego de sus selección. Como para pensar si la construcción de una marca país debería contemplar este aspecto.

 

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Un equipo es una marca. ¿Qué es una marca? Un conjunto dinámico de elementos cargados de significado(s). Esto va más allá de que Barcelona, Boca Juniors o Bolívar tengan departamentos de marketing. Esto es, un equipo o un club de fútbol lleva consigo muchos significados asociados: la garra del Tigre, el equipo del pueblo, el gran equipo minero (The Strongest, Aurora, San José). El equipo se hace un representante de una ideología, de un grupo social o de una forma de vida. En Italia, la Lazio aglutina a los seguidores de la derecha italiana. El Celtic-Rangers en Glasgow, Escocia es el clásico ideológicamente más cargado del mundo, que enfrenta a católicos contra protestantes. Ni hablar del derbi español Barcelona-Real Madrid, que enfrenta en 90 minutos a liberales y conservadores, separatistas catalanes y nacionalistas españoles, pensadores de derecha y de izquierda en 90 minutos. Dicen que de equipo no se cambia nunca, y lo más terrible de todo es que nunca es una elección racional, sino una que se deja al corazón. Qué curioso, como la elección de marcas misma.

 

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Un ídolo es una marca. ¿Se acuerda de haber leído “Posicionamiento” en la U? (si no lo ha hecho, deje todo lo que esté haciendo y léalo). Ahí lo tiene, posicionamiento de una persona. Sino que les pregunten a Cristiano Ronaldo y sus 85 millones de seguidores en Facebook. O a Messi, que vende desde yogures hasta seguros de vida. Si no le basta con ocupar la difícil posición de 10, acuérdese del notable Félix Chilavert y sus desplantes a la autoridad, a los rivales y a todo aquél que se le puso en frente. ¿No le gustan los arqueros? Piense en la guerra mediática que había hace 30 años entre Bilardistas y Menottistas, hoy convertida en el duelo entre seguidores de Mourinho (fútbol de defensa férrea, veloz, vertiginoso y de contragolpes mortíferos) contra fans de Guardiola (juego vistoso de toque, elegancia y posesión de la pelota). Mourinho, “the special one”, podrá ser querido u odiado pero jamás es ignorado.

Hay mucho más que ver de la marca en el planeta fútbol, pero este es un comienzo.

Las marcas y la política: pintémonos de colores

«Solo una lanzó una campaña que conquistó el mundo»

 

El aviso es uno de los más ilustrativos que vi no solo para Coca-Cola, sino para la publicidad en general. Hitler, Lenin, Alejandro Magno, Napoléon, Hirohito y una botella de Coca-Cola. El titular dice: “sólo uno hizo una campaña que conquistó el mundo entero”. Y el texto habla de la importancia que tiene saber anunciarse.

Pero la gran cola no basa su éxito solamente en su publicidad, ni en ser en verdad un buen producto. Desde muy temprano en su historia, su influencia se trabajó mucho más allá de la fábrica, los almacenes o la agencia de publicidad. Cuando la bebida inició su exitosa expansión a principios de siglo, uno de los lugares más importantes a los que llegó fue a la Casa Blanca, en Washington. Durante la Segunda Guerra mundial y aprovechando el impacto emotivo de la carta de un soldado que decía extrañar, entre otras cosas de su país, la Coca-Cola, la empresa logró convencer al gobierno norteamericano de permitirle instalar plantas embotelladoras cerca de las líneas de batalla. No solo los convencieron de instalar las plantas, sino incluso de subsidiarlas, y lograron ligar la imagen de la empresa al sabor mismo del espíritu norteamericano, como para que los soldados sientan el sabor de aquello por lo que estaban luchando.

Valga decir que las actitudes de la Coca-Cola siempre han estado muy en línea con la política exterior de Washington. Dos días antes del reconocimiento norteamericano a la República Popular de China, la Coke había llegado a un acuerdo para comenzar a embotellar la bebida en ese país. Esperaron para anunciar la noticia hasta después de que los Estados Unidos lo hicieran por su propia cuenta. En otra coincidencia misteriosa, la compañía se retiró de Vietnam antes de que lo hicieran las tropas norteamericanas. Por cierto, Coca-Cola siempre ha sido la bebida oficial de la Casa Blanca y no de manera figurativa: todos los presidentes norteamericanos han sido relacionados de una manera u otra a la Big Red (forma en la que se conoce a la marca en Wall Street), a excepción de Richard Nixon –quien era portavoz de Pepsi–, que mandó sacar de la Av. Pennsylvania No. 1600 las máquinas expendedoras de Coke para poner las de su archirrival. No faltan los conspiracionistas que relacionan este hecho con la caída en desgracia de Nixon.

Y si vamos a hablar de gaseosas, habrá que decir que la Fanta comenzó siendo fabricada en la Alemania nazi cuando, por la guerra, el jarabe de la Coca-Cola dejó de llegar. Más allá de una respuesta ideológica, la Fanta cubrió una necesidad del momento en Alemania. Hacia el final de la guerra, las 43 plantas donde se embotellaba la bebida fueron destruidas por los bombarderos aliados.

Fue Hitler, el gran villano del siglo XX, el impulsor de una de las marcas más queridas de automotores: Volkswagen, que no significa otra cosa en alemán que “coche del pueblo”. Fue Ferdinand Porsche el ganador de un concurso para llevar a cabo el proyecto de construir un vehículo sencillo y barato que pudiese estar al alcance de la mayoría de los alemanes (por lo que usted, si tiene una “peta”, siempre puede decir que en realidad es dueño de un Porsche). Es poco difundida la afinidad que con el nacional socialismo y con Hitler tenía uno de los símbolos del capitalismo, Henry Ford, quien llegó a financiar parte de la campaña de éste para llegar al poder en 1933.

El poder político y el poder empresarial son difícilmente separables. Silvio Berlusconi, gobernante de Italia durante varios períodos, llegó al poder gracias al impulso que le daban sus empresas, al igual que busca hacerlo Mauricio Macri en Argentina. Ambos personajes están indisolublemente ligados a los equipos de fútbol que han presidido, AC Milán y  Boca Juniors, y en su momento fueron imagen pública de ambos. Es decir, las personas que votaron por ellos votaron por Boca y por el Milán también. Y es que el poder siempre será un dulce con el que queremos sazonar más de un plato.

Para que no le vaya “como en feria”

Feicobol 2013 (Foto: El Diario)

Feicobol 2013 (Foto: El Diario)

Las ferias nos gustan a todos: son como una fiesta temporal durante la cual, como consumidores, nos sentimos el hoyo del queque y dejamos que las empresas nos mimen, nos den regalos, que nos hagan rebajas, ofertas y nos traigan artistas exclusivos a la ciudad. Como responsables de marca, pocas ocasiones tenemos de lucirnos ante tanta cantidad de público. En la cultura de la economía de la atención que vivimos, invertir en nuestra presencia en una feria significa captar las miradas y los sentidos en general de miles de personas ávidas de información y de novedades de lo que tengamos para ofrecer.

Me imagino que si no le gustan las aglomeraciones, debe ser más difícil hacerse a la idea de lo que se puede lograr en una, pero piense que esa multitud significa movimiento de la economía de consumo.

Visitante. Un buen modo de comenzar es el siguiente: piense que es usted cliente y llega al stand de la marca. ¿Qué sería lo primero que le llamaría la atención? ¿Quién lo atendería y qué le diría? ¿Qué oferta tiene la marca que en verdad le interesaría? ¿Qué estaría buscando en ese stand? ¿Se sacaría fotos con las modelos para irse, nada más? En cada una de estas preguntas, vea una oportunidad de dar respuestas que favorezcan a la marca. Ante todo, piense: ¿Qué se va a llevar esa persona de su stand? (Qué idea, qué concepto, qué expectativa, más allá de llevarse un par de llaveros).

Concepto. Piense que está invitando a la gente a una fiesta de cumpleaños temática: todo debe ser impecable y responder a una misma idea. Por esto es que hay empresas que hoy en día se dedican a organizar stands y a darnos pautas fuertes para los mismos, la competencia en el rubro se ha hecho muy fuerte. No se trata sólo de tener el espacio y de llenarlo con productos de la marca, hay que hacer que todo tenga una coherencia, un sentido, desde los decorados hasta los impresos que se regalan, pasando por los trajes de las modelos y los elementos de merchandising.

Sentidos y sensaciones. De acuerdo, tiene usted la atención dedicada y ávida de información de miles de personas que visitarán su sitio cada día. Pero, ¿qué les va a decir, qué tiene para ofrecerles? No cometa el error de llenar cada espacio de su stand con la historia “paso a paso” de la empresa o con las resoluciones que avalan su legalidad. Ofrézcales lo principal, el plato fuerte de la marca, y hágalo de una manera que llene los sentidos: un video muy bien producido, una muestra musical (trate de evitar el barullo en el que se convierten muchos stands por la música ambiental), degustaciones gratis (piense que mucha gente va a las ferias sólo por éstas), aromas, sabores y texturas memorables: la gente no se va a acordar del año de fundación de su empresa, va a recordar lo que usted les hizo sentir en el stand. Recuerde que cuando alguien dice “sensacional” se refiere a eso mismo: a sensaciones.

Testosterona. Si va a contratar azafatas, no lo haga “porque tiene qué”. La industria del modelaje y las azafatas de feria tiene su propia lógica, que va más allá de ponerle un rostro bonito a la marca: ellas deben saber de la marca tanto o más que usted.

Recuerde, las preguntas clave son ¿qué me llevo de la feria a mi casa, qué me hicieron sentir en el stand? Es la forma fácil de referirnos a un concepto más complejo, como es la experiencia de marca. Es simple: deje a sus visitantes eso, una buena experiencia.

A chuchería regalada SÍ se le mira la marca

Tal vez yo tenía unos diez u once años cuando compré ese chocolate. Estaba saliendo de alguna actividad vespertina con los amigos del colegio cuando, del fondo del chocolate –un intento criollo del famoso Sublime– salió un papelito mecanografiado. Sí, no es broma: mecanografiado y copiado al stencil. “Vale por un premio. Código #8390”. A mí, que el azar no me sonreía mucho, la noticia me calentó el corazón. “Vamos a buscar el premio”, les dije a los amigos, “¡antes de que sean las seis!”. Había una dirección escrita en el papelito y desde luego que me hacía ilusión ir a cobrar mi premio. Ellos, ajenos a mi emoción, me decían que podía ir otro día, que les daba flojera, que era muy lejos en micro. De nada sirvió, los convencí de hacer una travesía de 45 minutos para llegar a la dirección semioculta, donde ya estaban cerrando la oficina. Ilusionado, me acerqué al mostrador, donde un funcionario con cara de querer irse ya mismo, buscó en unas pequeñas cajas maltrechas el famoso “código #8390”:

Un tajador.

No, no un tajador de esos bonitos que se venden en las librerías de material de escritorio caro, de esos que uno puede regalar y hasta quedar bien. Un tajador ch’api, made in whoknowswhere, con forma de corazón, ordinario como un ataúd con stickers. El pasaje de entonces en micro (ida y vuelta) me terminó costando más que el miserable premio que fui a cobrar, multiplicado por tres con los amigos que me habían acompañado, que además se reían de mi desgracia.

El remate de la historia es sencillo: para siempre asocié esa marca a todo lo barato y a la ordinariez, y el paso del tiempo –al que dicha marca sobrevive– no ha hecho más que confirmarme.

Todas las marcas, cada cierto tiempo, se enfrentan a un dilema muy parecido al que tenemos todos cuando llega el cumpleaños de un familiar, un amigo o de nuestra misma pareja: ¿qué regalo? Y este es un punto donde nos damos cuenta que, como lo hemos estado diciendo en esta columna, la marca es una persona y funciona como tal. Hay marcas que prefieren la agenda, el bolígrafo serigrafiado y el pisapapeles; hay otras que prefieren el magneto de refrigerador o el mandil de cocina. Desde luego, esto tiene que ver también con su ámbito de competencia. Pero sea lo que sea que regalen las empresas, todas se someten al arbitrio del regalado. Si uno es detallista con su consumidor como lo sería con la pareja romántica, esto le ganará puntos manifestados en lealtad a la marca. Póngase a contar las moneditas a la hora de regalonear a su cliente y esos bolígrafos chinos que derraman tinta no se los van a querer recibir ni de donación.

Recuerde un momento los mejores regalos que le hayan hecho sus amigos o familiares y se dará cuenta que todos tienen algo en común: los hicieron pensando en usted. En una necesidad, en un gusto, en una preferencia particular. Aplique el mismo criterio con su consumidor: piense en él o en ella, vea cómo es su relación con la marca, dedíquele tiempo –piense con anticipación– a ver qué es lo que él o ella agradecerían. En el mejor de los casos, recuerde que alguna vez un regalo lo sorprendió y lo dejó de corazón abierto con esa persona. Actúe con desprendimiento: un regalo caro no siempre es un buen regalo. Hay marcas que por decir que regalan un auto, consiguen el más barato de la línea y sencillamente quedan mal. Piense finalmente que hay marcas como Apple, que regalan sólo un sticker, pero es un sticker que la gente se pelea por tener. Ese es el poder de la marca.

Despidan a Pinocho, el suicida

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La reunión estaba bastante caliente. Gerentes, directores, un presidente, un par de ejecutivos y el creativo de la marca compartían ideas y matices sobre el gran lanzamiento que se avecinaba. Habían pasado varios meses de trabajo intenso, ininterrumpido y aún así contrarreloj. Era la época en la que el país se abrió a que otros operadores, además del estatal, comenzaran a ofrecer llamadas de larga distancia, y se avecinaba una competencia reñida, en la que habíamos elegido el perfil del principal retador. Todos preguntaban a la agencia de publicidad por el costo de la campaña, por la duración del spot, por lo novedoso de los souvenirs; todo aquello estaba listo o en proceso. Faltaba poco, sólo días.

De repente, a alguien se le ocurrió preguntar, casi anacrónicamente, por la calidad del servicio. Después de tanto tiempo elaborando estrategias, escribiendo guiones, armando artes, revisando precisión de los colores, haciendo correcciones y demás, era algo que nadie se había cuestionado, porque lo dábamos por descontado. Entonces hizo su aparición el encargado (No me pregunten su cargo. Era algo así como «general operations head-core-chief of something») y echó el balde de agua fría. «No está funcionando óptimamente», dijo, «pero con el pasarde los días se va a regularizar». Varios en la sala nos miramos con sorpresa. Ninguno de los que nos miramos era parte de la compañía.

«Es decir», preguntó tímidamente un miembro de la agencia, «¿no va a estar funcionando ese día?». El «encargado» nos miró y respondió muy seriamente: «No. Así que ustedes tienen que estar todos esos días haciendo un tremendo trabajo de imagen, para mantener expectante a la gente». Las miradas cambiaron a un tono de incredulidad.

No lo podíamos creer: íbamos a anunciar un servicio que, por lo menos, no cumplía con las características quenos habían encargado enunciar. Para ese momento, era muy difícil o directamente imposible corregir guiones que estaban ya producidos o reducir la ambición de las promesas que ya estaban en imprenta. En aquel momento nos dimos cuenta que la campaña podía estar resultar un desastre, y como agencia de publicidad, nos teníamos que ir probando el traje de culpables.

Parece bizantino dar un consejo de esta sencillez, pero es algo que los anunciantes olvidan a menudo: una sobrepromesa es el mejor intento de suicidio para la marca. Pero no sólo eso, esperar que el trabajo de imagensupla otras deficiencias nucleares de la empresa, es como pedirle a la piel que por favor reemplace un momento a los huesos. Importante como es el trabajo de construcción de la marca en el plano comunicacional, no puede relevar las falencias que la empresa pueda tener en otras áreas, mucho menos hacer el trabajo de éstas. Por lo mismo, la construcción de una gran marca comienza mucho antes de llamar a la agencia, con la construcción de un gran empeño que uno quiera sostener de forma congruente.

Si me permite algo más: antes de escribir los cargos de la empresa en un inglés rimbombante con olor a ejecutivo extranjero, póngase en los zapatos de su cliente y piense si va a entender realmente qué labor se realiza en ese puesto. Si se pone a reír de lo incomprensible que quedó el nombre, piénselo dos veces.