“Son tan simples los hombres y se sujetan en tal grado a la necesidad,
que el que engaña con arte halla siempre gentes que se dejan engañar”.
–Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe”
Esta terrible sentencia de Maquiavelo nos acerca un poco más a la segunda parte de esta entrega sobre la propaganda política. Así como la publicidad es una comunicación que busca influenciar a una audiencia para que tome cierta acción o piense de alguna manera sobre algo, la propaganda busca compartir (y en algunos casos hasta imponer) una ideología: un tipo de pensamiento que trasciende a la sola idea y apunta a lo político, lo económico o lo religioso. Más específicamente, la propaganda electoral busca dirigir dicho pensamiento hacia un objetivo específico, la obtención del voto ciudadano para la consecución del poder.
Los principios de la propaganda están históricamente fundados en su etimología, propagare, que era el mandato desde la iglesia medieval de lo que se debía hacer con la fe: propagarla, es decir difundirla y convencer con ella. Hoy se diría tal vez, con más mesura, socializarla. Y si bien los orígenes de la propaganda son importantes, los hitos que marcaron su evolución no lo son menos: la Revolución Francesa introdujo el uso de símbolos (gorro frigio, bandera), el uso de la música (himno “La Marsellesa”) y el inicio de la apelación a las emociones humanas en lugar de las explicaciones racionales. La propaganda marxista se basa en la denuncia social y desarrolló al máximo el uso de slogans. La propaganda nazi desarrolló el culto a la personalidad del líder y los actos de masas.
Sin embargo la propaganda, cuyos principios llegamos a ver en la anterior entrega, no se basta sola. Para ser efectiva requiere de la acción de la contrapropaganda, aquella que ataca directamente al adversario buscando menoscabarlo. La contrapropaganda sigue también un sencillo conjunto de reglas:
Regla 1. Reconocer los temas del adversario. Descomponer el discurso del rival, despojarlo del aparato verbal y simbólico que le da validez, atacar los temas uno por uno y oponer las ideas buscando que se contradigan. Atacar las debilidades de las personas, no sus puntos fuertes.
Regla 2. Atacar siempre puntos débiles. Hallar el punto débil del adversario es la estrategia fundamental de toda propaganda. Si se está enfrentando a una coalición, definir el eslabón más débil y atacarlo.
Regla 3. Si la propaganda del rival es más fuerte, nunca atacar de frente. Esto causa el 90% de los fracasos de los estrategas de campaña, porque es un intento vano de querer llevar la discusión a un plano racional.
Regla 4. Atacar y desdeñar al adversario. El argumento personal es más efectivo que el racional. Esta regla incluye la triste costumbre de buscar en el pasado del adversario cosas que pudieran hundirlo.
Regla 5. Demostrar que la propaganda del adversario está en contradicción con los hechos. Convertir al adversario en poco creíble, presentar hechos que lo derrumben o llevarlo a plataformas donde no se sienta cómodo.
Regla 6. Ridiculizar al adversario. Hacerlo blanco de chistes, de críticas y de chanzas que lo denosten y le hagan perder territorio mental.
Regla 7. Hacer que predomine el propio clima de fuerza. Tomar la iniciativa, no esperar para contragolpear.
Cuando Ud. esté leyendo esta columna, faltarán días nada más para la elección. Esperamos haberle ayudado a entender, aunque sea un poco, cómo y por qué le solicitan su voto.
* Fuente: Principios de la Propaganda (Joseph Goebbels) y textos del Prof. Carlos Antonio Galeas